Amor por la docencia: «Con dedicación, compromiso, cariño y respeto se sortean todos los obstáculos»

Patricia Agüero de Penzo es jubilada docente y habló de sus inicios, su trayectoria y su actividad actual.

A pesar de ser jubilada, Patricia sigue siendo directora del taller de Teatro Mascarilla y Trébol en San Roque. Esta actividad la ejerce desde 1990. «Mi virtud más destacada: el amor por la docencia», expresó la docente.

Hizo la secundaria en la Escuela Manuel V. Figuerero y la terminó en 1980. Obtuvo el título de Profesora en Castellano y Literatura en el Instituto San José en 1985. Finalmente, se recibió de Licenciada en Letras en la UNNE en 2004.

¿Por qué elegiste ser docente? ¿Qué te motivó a elegir este camino?

Desde niña escribí relatos cortos y leía los clásicos de la literatura universal. Además, tuve profesores de excelencia académica que delinearon mi pasión por las letras. Por ello, soy profesora en Castellano y Literatura.

¿Cuál es tu vínculo con las instituciones?

Mi vinculación con las instituciones del medio es excelente. Sigo apoyando y acompañándolas con talleres de lectura y teatro. He cosechado un sinfín de amigos a lo largo de mi carrera docente.

¿Cuáles fueron las peores dificultades que tuviste que atravesar?

Las dificultades forman parte del trayecto educativo. Las políticas educativas, el devenir del nuevo siglo trajo consigo la transformación de los dos pilares fundamentales en la formación de la persona: la escuela y la familia. Con sus respectivas problemáticas, hizo de la escuela un lugar diferente.

¿Cómo eran tus profesores cuando eras estudiante? ¿Qué cambios ves actualmente con respecto a tu época?

Mis profesores eran muy exigentes. Nuestro diccionario personal es muy rico en conocimientos generales. Estoy agradecida por ello. En la actualidad, el nuevo siglo nos enfrenta a una escuela con otros requerimientos donde el saber se diluye frente a las mil problemáticas sociales y económicas.

¿Tenés una anécdota que recordás siempre?

Tengo infinitas anécdotas. La más graciosa fue cuando una mañana, mientras daba clase en un salón ubicado sobre la calle, pasaba un auto con altavoz comunicando al pueblo que había muerto alguien. Era una especie de obituario móvil con la voz de don Eramo Álvarez que le daba el marco perfecto al comunicado. ¡Me quedé paralizada frente a los jóvenes, quienes estallaron en risas por verme atónita frente a esa situación!

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