La palabra que nos falta: el fútbol argentino no se posiciona ante la pérdida de los suyos

Los clubes pidieron #JusticiaPorLucas en sus cuentas institucionales, pero muy pocos jugadores salieron a posicionarse por su asesinato. A pocos días del primer aniversario de su muerte, la ausencia de Diego Maradona se nota más que nunca.

Estamos a dos días del 25 de noviembre del 2021: un año después de la muerte de Diego. De Diego Armando Maradona. Desde hace un año, los que quisimos al 10 formulamos la misma pregunta cada vez que un hecho rutilante en la coyuntura política, social y futbolera ocurre en nuestro país: ¿qué hubiera hecho el Diego?

¿Qué hubiera dicho tras las elecciones del 14 de noviembre? ¿Qué le hubiera contestado a Mauricio Macri, uno de sus enemigos de antaño, cuando lo nombró hace no mucho en una entrevista? ¿Qué mensaje les hubiera mandado a los campeones de América? ¿Cuántas sonrisas compartiría con Messi? A un año del Mundial de Qatar, ¿iría nuevamente contra la FIFA? ¿Insultaría a CONMEBOL por la pésima organización de la final de la Copa Sudamericana?

Todas esas preguntas -por lo menos a mí- se me vienen a la cabeza de tanto en tanto, especialmente ahora. No sólo por lo importante de la fecha, por la maldita efeméride que se repetirá año a año, sino también porque sé, aunque mis certezas nunca serán confirmadas, que Maradona no se hubiera quedado callado al enterarse del asesinato de Lucas González, la última víctima de la violencia institucional de la Policía de la Ciudad.

¿El fútbol argentino no va a gritar más fuerte por Lucas?”, bien plantea el periodista Alejandro Wall en Tiempo Argentino. Nuestro fútbol hizo muy poco ruido tras la muerte del joven futbolista de Barracas Central. Demasiado poco. Las cuentas de Twitter de varios clubes se sumaron al #JusticiaPorLucas, la AFA habló del “fallecimiento” y no del asesinato. En la final de la Primera Nacional, tanto Tigre como Barracas posaron con dos banderas pidiendo justicia. Los de los Tapia también usaron una camiseta con esa misma consigna, pero nadie dijo nada cuando un empleado, presuntamente de TyC Sports, se las sacó violentamente de las manos porque tapaban el cartel de la final.

¿Y los jugadores? Algunos de Racing, como Eugenio Mena, Gabriel Arias, Enzo Copetti y Carlos Alcaraz, pusieron algo en sus cuentas personales también. Lo mismo el ya retirado lateral Juan Pablo Sorín, siempre atento a estas cuestiones. No mucho más. La realización de la fecha nunca estuvo en duda, solo se hicieron minutos de silencio en la fecha. Tampoco encontramos declaraciones fuertes de los referentes de nuestro fútbol local, ni tampoco de los jugadores de la Selección. No hay posicionamientos.

No fue así cuando Derek Chauvin, agente de la Policía de Mineápolis, asesinó a George Floyd en lo que fue el comienzo -nuevamente- de una ola de protestas sociales contra el racismo estructural estadounidense. El caso tomó relevancia internacional por lo brutal y también por dónde sucedió. Se organizó un “apagón” en redes sociales con el hashtag #BlackOutTuesday en homenaje a la causa, del que participaron la gran mayoría de las estrellas deportivas estadounidenses, que siempre suelen levantar la voz y hasta accionar para promover la eliminación del racismo que ellos también sufren; y también Lionel Messi, Sergio Agüero, Paulo Dybala, Javier Mascherano y Nicolás Otamendi. Nuestras estrellas.

Sin embargo, en esos mismos días, actos de violencia institucional -también con un alto grado de racismo y clasismo en general, aunque poco hablado cuando se toca el tema- también ocurrían en nuestro país. Por un lado, Luis Espinoza era asesinado por miembros de la policía en Tucumán, la misma fuerza que también a mató por asfixia, el mismo modus operandi que el caso de Floyd, a Walter Ceferino Nadal en medio de un operativo policial. De eso no se habló.

Los otros Diegos a los que no los dejaron llegar

Lucas González no es, por supuesto, el primer pibe al que mata la policía. Tampoco será el último. En CABA, en solo cinco años, 121 personas murieron en casos de gatillo fácil por parte de la Policía de la Ciudad. El número es más escalofriante a nivel nacional: según el archivo de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI), desde 1983 hasta noviembre del 2020 (en diciembre se actualizará el reporte), hay 7.587 casos de gatillo fácil acumulados.

Lucas tampoco es el primer futbolista que mata o violenta la Policía. Darío Coronel, Lautaro Bugatto, Maximiliano Maidana y Hugo Arce son algunos de los nombres que se recuerdan en estos momentos, de los que no pudieron llegar por una bala policial.

El guacho Cabañas

El primero es el caso más conocido. Coronel, mejor recordado como el “guacho Cabañas”, era amigo de Carlos Tevez en su infancia en Fuerte Apache. Supuestamente jugaba mejor que él. Se parecía a un delantero de Boca llamado Roberto Cabañas, por eso su apodo.

Fue en 2001, en Ciudadela. Rodeado por la bonaerense, contra una pared, intentando llegar a los monoblocks de Fuerte Apache, Cabañas, con 17 años, decidió llevar su arma a la cabeza y disparar. Prefirió sacarse la vida antes de que lo hiciera la Policía. Dicen que se la tenían jurada, no era la primera vez que se veían las caras. Sabía lo que se venía.

Robaba desde chico. Esa vida y las adicciones pudieron más que el fútbol, más allá de, como cuenta esta crónica de la Revista Un Caño, en el barrio todavía recuerdan que jugaba mejor que Tevez. Pertenecía a los Backstreet Boys de Fuerte Apache. Jugó dos años en las inferiores de Vélez, hasta que no volvió más luego de robar un bolso. A diferencia de su amigo, nunca llegó a Primera.

Lautaro Bugatto

En la esquina de Gallo y Arenales, en el Estadio Florencio Sola, hay una placa de un joven futbolista del que todos deben saber su historia. No es un ídolo del club, no dio campeonatos ni hizo un montón de goles, pero es un nombre que su club bien decide recordar. Es Lautaro Bugatto, uno de los futbolistas a los que se llevó el accionar policial.

En 2012, Lautaro tenía 20 años. Era jugador de las inferiores de Banfield y estaba a préstamo en Tristán Suárez. El 6 de mayo, Bugatto se encontraba en la puerta de su casa con unos amigos. Iban a salir, pero los planes cambiaron rotundamente cuando el policía David Ramón Benítez le pegó un tiro en la espalda al joven futbolista.

El oficial, de franco y de civil, circulaba por Burzaco en un Renault 12 con su esposa. Supuestamente estaba en un enfrentamiento y por eso disparó siete tiros desde su vehículo. Uno alcanzó a Lautaro, que cayó inmediatamente. Sus amigos lo llevaron en un auto a la Clínica Burzaco, donde finalmente murió. Luego se supo que, en esa presunta persecución, los perseguidos no dispararon nunca.

El 17 de septiembre del 2014, el Tribunal Oral en lo Criminal 10 de Lomas de Zamora consideró culpable a Benítez, que había llegado en libertad al juicio. El delito fue “homicidio agravado por el uso de arma de fuego”. Le dieron 14 años de prisión efectiva. “No tiene que quedar ningún crimen sin castigo”, comentó Alicia Giardina, mamá de Lautaro, en esa ocasión.

Maximiliano Maidana

En 1998, el Centro de Estudios Legales y Sociales y el Human Rights Watch/Americas, de Estados Unidos, presentaron un informe titulado “La brutalidad policial contribuye a la inseguridad”. Este trabajo postulaba a las violaciones de los derechos humanos por parte del personal policial como “uno de los principales problemas que enfrenta la democracia en Argentina”.

Un año antes, a Mabel Maidana le habían asesinado a su hijo. Maximiliano tenía 17 años, era estudiante secundario y jugaba en las inferiores de River. El 12 de enero de 1997, la bonaerense lo mató en Talar de Pacheco, mientras regresaba de un cumpleaños junto a un amigo, Raúl Palomo. Dos policías, René Narbo y Alberto Pérez, uno vestido con uniforme y otro de civil, se bajaron de un Ford Falcón verde, y comenzaron a disparar por un supuesto robo de un Renault 9. Según CORREPI, esto último, en realidad, no era más que un juego de unos pibes alrededor de un auto abandonado.

La versión policial decía que hubo un enfrentamiento con el grupo de personas que estaban desarmando este auto, y que a Maxi le entró uno de los disparos que se cruzaron en ese tiroteo. Además, según el SEIT, el organismo encargado de la pericia, la bala no salió de las armas -las reglamentarias, por lo menos- de los policías.

Sin embargo, 26 testigos negaron la existencia de un enfrentamiento, y el padre Raúl Palomo, que estaba esperando en la entrada de su casa la llegada de los jóvenes, dijo que los tiros salieron solo de las armas de los oficiales. “Uno de los tipos que venía en el Falcon comenzó a disparar al aire como si estuviera enloquecido”, agregó en La Nación.

Yo quiero la verdad, pero la verdad limpia. No la verdad embarrada, la verdad sucia, como la tenemos hasta ahora”, declaró también Mabel en la marcha de antorchas que se realizó por la noche del 14 de julio. Según dijo la madre de Maxi, histórica referente de CORREPI, el agente Pérez era el sobrino del oficial que instruyó la causa y verdadero dueño del auto en el que andaban los dos policías. “Tuvo tiempo de crear la farsa con la que nos encontramos”, acusó. Al final, Narbo y Pérez quedaron en libertad por “falta de mérito”.

Hugo Arce

Hugo y Carlos Vázquez eran dos pibes de Isla Maciel. Tenían 17 y 16 años. Hugo jugaba en las inferiores de San Telmo, estudiaba y también laburaba con su viejo. Fueron asesinados por el cabo Sergio Bovadilla en Gerli. Los jóvenes -Hugo, Carlos y dos amigos más- habían salido a pasear en un auto y chocaron con el vehículo del oficial.

Según le contó María Del Carmen Verdú, abogada de CORREPI y representante de la familia Arce a Revista Crítica, se pudo reconstruir que “un policía de civil, que estaba en su día libre y volvía de una fiesta familiar, desde adentro de su automóvil disparó a quemarropa contra Hugo Arce, lo mató al instante, y luego disparó al auto donde estaban los chicos e hirió a Carlos Vázquez”.

La versión policial lo puso al agente de la PFA en el lugar de damnificado, víctima de un supuesto intento de robo de los cuatro jóvenes, razón por la cuál asesinó a dos de ellos. Sin embargo, esa versión quedó descartada al confirmar que la única arma presente era la reglamentaria del cabo y que los disparos habían salido de su auto. Cinco años después, fue citado indagatoria, pero nunca apareció. Según CORREPI, por lo menos hasta 2018, Bovadilla se había ido a Formosa, donde continuaba ejerciendo como agente policial, libre de toda posible condena.  

La palabra que nos falta

¿Se le puede pedir a los futbolistas que opinen sobre violencia institucional por tener una gran plataforma capaz de mover a varias personas? Quizás sería un poco injusto, y se estaría cometiendo el error de exigirles más a ellos que a quienes de verdad deben hacerse cargo del problema. Estos casos recientemente mencionados apenas llegaron a la opinión pública general, y probablemente no sean tantos quienes los recuerden. Tampoco tenían la obligación de expresarse, ni Maradona, que estaba vivo para ese momento, lo había hecho.

Aun así, el caso de Lucas es distinto. Era uno de los suyos, uno de los tantos que quiere cambiar la realidad económica de su familia a partir de la pelota, uno de los que vivía con más carencias que comodidades, de esos casos que tanto han abundado en el fútbol argentino. Ahora el joven jugador de Barracas forma parte de otra lista, de la que se quedaron en el camino. O, mejor dicho, a los que no los dejaron llegar.

Maradona, el pibe de Fiorito que se convirtió en mito, un villero, un morocho al que, de no ser por su extraordinaria habilidad futbolística, se lo hubiera mirado de reojo hasta el día de hoy, podría no haber llegado a ser lo que fue por obra del destino. Del destino de no cruzarse con un grupo de tareas que actuara por fuera de la ley y lo asesinara por “una pinta sospechosa”, algo que uno creería más probable en dictadura -en la que creció el 10- que en democracia. Quizás de allí surge mi certeza (o deseo) de la que hablaba en principio, y también un poco de mi decepción. Porque Lucas, sin la excepcionalidad del caso, podría haber sido Diego, pero, principalmente, Maradona podría haber sido Lucas.

Contenido provisto por: Francisco Rodriguez