Los días que casi nos roban lo que nos queda de fútbol

Un comunicado y 48 horas bastaron para sacudir el mundo del fútbol. Ahora, los dueños de los clubes, especialmente en Inglaterra, son más cuestionados que nunca por unos hinchas que quieren recuperar lo que les pertenece.

El 18 de abril un comunicado sacudió el mundo del fútbol. Doce de los clubes más importantes de Europa decidían unilateralmente formar la Superliga Europea, una liga paralela a las competencias organizadas por la Unión de Federaciones Europeas de Fútbol (UEFA) que comenzaría en agosto. Su justificación era que la pandemia había acelerado la inestabilidad existente en el modelo económico del fútbol europeo y que, por ende, había que tomar cartas en el asunto. Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, iba a ser la cabeza del grupo mientras que Joel Glazer, propietario del Manchester United, sería el segundo al mando. Los otros equipos firmantes fueron: Barcelona, Atlético Madrid, Manchester City, Liverpool, Chelsea, Arsenal, Tottenham, Juventus, Inter y Milan.

Por supuesto que, al enterarse de la noticia, la UEFA se vio obligada a actuar. Aleksander Ceferin, presidente del organismo, no solo hizo un descargo público, sino que también anunció que estaban estudiando sanciones tanto para los clubes que participaran en la Superliga como para sus jugadores: serían vetados de todas las competencias organizadas por FIFA y UEFA. Los clubes fundadores quedarían expulsados de sus ligas y de la Champions League, mientras que los jugadores no podrían presentarse, por ejemplo, en el Mundial.

La disputa principal era, entonces, el modelo de negocios para producir dinero y su reparto. Mientras la UEFA consideraba que para generar más dinero debían hacerse competiciones más grandes, con más clubes y más partidos, el proyecto encabezado por Florentino Pérez creía que todo el capital generado por estos equipos poderosos, luego se derramaría al resto y así se salvaría el fútbol. Terminó primando -por ahora- el primer modelo ya que, a los dos días de su creación, la Superliga anunció la retirada. Sin embargo, generó consecuencias que los dueños de los clubes no se habían imaginado.

La rebelión inglesa

Creado por los pobres, robado por los ricos”, decía una bandera fuera de Old Trafford, el estadio del Manchester United. La sostenían un par de hinchas que se encontraban protestando por la irrupción de la Superliga Europea, este proyecto de separación de 12 de los clubes más ricos y poderosos de los torneos organizados UEFA. Lo que significaba, probablemente, el fin del fútbol como creemos conocerlo, repercutió fuerte en todo el mundo, pero especialmente en Inglaterra, la cuna de este deporte inventado, contrariamente al mensaje de esa bandera, por las clases altas.

Chelsea, Arsenal, Tottenham, Manchester City, Manchester United y Liverpool. El Big Six, los seis equipos más poderosos de la liga inglesa -marcas globales sin duda alguna- fueron los primeros en bajarse del recién nacido proyecto y también los primeros en recibir sanciones, ya que, recientemente, sus ejecutivos fueron obligados a dejar los cargos consultivos que ocupaban en la Premier League. Una razón importante para que todo esto ocurra fue la rebelión de los hinchas, quienes, a pesar de que la Superliga se haya caído a los dos días, aún avanzan contra los dueños de sus clubes.

Estas protestas podrían pensarse también como la (gran) gota que rebalsó el vaso de los aficionados ingleses. El modelo de negocios actual en Inglaterra comenzó en los 90´s, cuando se formó la Premier League, un plan de Margaret Thatcher para terminar con los hooligans, los barras bravas de allá. Sin embargo, ese plan también fomentó la exclusión de muchos fanáticos a los que las libras no les sobraban. Ir al estadio se volvió muy caro y ese mismo camino siguieron los abonos y membresías de los clubes y los paquetes de televisión. Mientras tanto, estos clubes-empresas que se volvieron marcas globales han buscado desde entonces explotar mercados por fuera de la tierra natal.

Veinte años después, Londres fue y es todavía el centro de las protestas de los fanáticos. Allí se vieron carteles y banderas con la leyenda “We care. You don´t. #KroenkeOut” fuera del Emirates Stadium, mientras los hinchas reclamaban por la salida de Stan Kroenke, millonario estadounidense y actual propietario del Arsenal, a quien parece quedarle poco tiempo al mando del equipo Gunner, mientras viejas glorias como Thierry Henry, Dennis Bergkamp y Patrick Vieira apoyan a Daniel Ek, dueño de Spotify, para que se convierta en el nuevo dueño del club.

Lo mismo ocurrió en las afueras del estadio del Tottenham, equipo propiedad de Enic Group, conglomerado empresarial del inglés Joe Lewis, quien hasta posee tierras en la Patagonia argentina. Por su parte, los hinchas del Chelsea, manejado hace años por el magnate ruso Roman Abramóvich, bloquearon la salida del micro de los jugadores en las protestas. Peter Cech, ex arquero y gloria Blue, hoy parte del cuerpo técnico de Thomas Tuchel, tuvo que bajar del vehículo para calmar los humos.

Por otro lado, los dos equipos más importantes de Inglaterra, el Manchester United y el Liverpool, ambos con una gran tradición obrera, siguieron una corriente parecida. Los fanáticos de los Red Devils se organizaron para pedir el fin del dominio de los Glazers, la familia estadounidense dueña mayoritaria del equipo rojo. También están juntando firmas para que el Parlamento británico trate una ley para adoptar el modelo de negocios de los clubes alemanes de “50+1”, en el que siempre los hinchas serán los dueños mayoritarios de las acciones de su equipo. Ya juntaron 63 mil, necesitan llegar 100 mil. Un dato interesante: una porción del United se cotiza en la Bolsa de Nueva York desde 2012.

Mientras tanto, en Liverpool, John Henry, el jefe de Fenway Sports Group, conglomerado empresarial deportivo con sede en Boston, Estados Unidos, tuvo que grabar un video y pedir perdón por este burdo intento de enriquecimiento que eliminaba un romanticismo y una épica a la que se apeló en los medios y en las redes, pero que también está en peligro de extinción, con o sin Superliga.

La pelota ya está pinchada

“Dadas las circunstancias actuales, debemos reconsiderar los pasos más apropiados para rediseñar el proyecto”, decía el comunicado emitido por la Superliga Europea el 20 de abril, a tan solo dos días de su creación. Fue en ese momento en el que los grandes capitales extranjeros, los dueños de los grupos empresariales, los ricos, en definitiva, levantaron la bandera blanca y comenzaron a retirarse de una puja que, por el momento, no podrán ganar: (todavía) el fútbol no les pertenece del todo. Se marcharon, pero no sin antes advertir, a través de la cabeza visible del proyecto -el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez– que “si alguien piensa que la Superliga ha muerto, está equivocado”.

Fueron 48 horas frenéticas en las que se palpitaba el fin del fútbol como lo habíamos conocido hasta ahora o como, más bien, lo creemos conocer. Mucho se ha apelado, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales, a la figura romántica del fútbol, a su épica, en la que el equipo chico, a pesar de tener un presupuesto rotundamente menor, logra vencer al grande. Aunque también a una idea más realista de la competitividad, importante para el funcionamiento de cualquier deporte, como dijo Pep Guardiola. Sin embargo, es pertinente preguntarse: ¿es ese el fútbol que hoy tenemos?

Si intentamos hacer memoria, la última gran épica del fútbol europeo la realizó el Leicester campeón de la Premier League en la temporada 2015/2016. En Italia hace nueve campañas que la Juventus es campeón de liga y, aunque en esta ocasión todo indica que no se volverá a coronar, sí lo harán uno de los otros dos equipos más importantes del país: Inter o Milan. En España, el último equipo por fuera del Barcelona, Real Madrid y Atlético Madrid en ganar La Liga fue el Valencia, en 2004. Mientras que, en Alemania, en las últimas diez temporadas, solo dos equipos distintos ganaron la Bundesliga: el Bayern Munich ocho veces y el Borussia Dortmund, las otras dos.

¿Y en la Champions League? Hay que viajar en el tiempo hasta el 2004 también, cuando el Porto de Mourinho, un equipo grande de Portugal, pero no tanto en Europa, venció al Mónaco en la final. Después de eso, las ediciones restantes hasta el día de hoy se las repartieron entre Milan, Inter, Barcelona, Real Madrid, Bayern Munich, Liverpool, Manchester United y Chelsea. Y este año se podría sumar a esta lista selecta uno de dos equipos que, si bien no son “tradicionales”, poseen una enorme cantidad de capitales extranjeros invertidos: Manchester City y PSG.

Pero entonces, si estos equipos ya se disputan entre ellos la hegemonía del plantea fútbol, ¿por qué fundaron la Superliga, exponiéndose a terribles sanciones por parte de la UEFA y rompiendo con los esquemas del fútbol que hasta ahora creíamos conocer? La respuesta es simple: dinero (alrededor de 400 millones de euros al año) con el que estos clubes podrían sanar sus deudas y poder, porque no solo es cuestión de obtener más presupuesto, sino de cómo conseguirlo. Y ahí está la principal disputa con el ente organizador del fútbol europeo.

Los equipos más poderosos, todos endeudados en mayor o menor medida, se han convertido en marcas globales. Podría decirse que son los verdaderos dueños de las audiencias y por eso quisieron salvarse entre ellos, logrando también jugar cada vez menos partidos. Esto último es clave, porque la UEFA, que también reconoce la situación de los clubes, cada vez que quiere recaudar más dinero utiliza una fórmula distinta: aumentar el número de equipos y de partidos en los torneos, priorizando la cantidad sobre la calidad. Lo mismo piensa la FIFA. Así se explican los nuevos formatos pensados para la Champions League (2024) como para el Mundial (2026).

No es casual que el anuncio del 18 de abril sobre la formación de la Superliga y el anuncio oficial de la UEFA sobre el nuevo formato de la Champions League desde 2024 -que la extenderá a un total de 100 partidos– tengan pocos días de diferencia. Sin embargo, vale resaltar que en esta guerra no existen ni buenos ni malos, sino disputas de poder. Ya que, a pesar de que está claro que la Superliga tiene un objetivo económico y que excluye a la mayoría, ni la FIFA ni la UEFA componen una oda al amateurismo, al talento y a la picardía del barrio, al potrero ni a la épica futbolera.

Justicia poética

Luego de su encuentro frente al Liverpool, al día siguiente del anuncio de la Superliga, Marcelo Bielsa resumió en su declaración la épica que todavía le queda a este deporte, aunque ya no sea como antes, y la lógica de un capitalismo salvaje del que el fútbol no es ajeno. El DT comentó: “Lo que le da salud a la competencia es el desarrollo de los débiles, no el exceso de crecimiento de los fuertes, pero la lógica que impera en el mundo y el fútbol no está fuera de eso, es que los poderosos sean más ricos a costa de que el resto sea más pobre”.

Igualmente, también hay que decirlo, este partido, el del desarrollo de los débiles contra el enriquecimiento de los ricos, potenciado por el intento de la creación de la Superliga, también fue una cuestión de Estado. Tanto el presidente francés, Emmanuel Macron, como el primer ministro británico, Boris Johnson, se opusieron públicamente a la Superliga.

Luego de eso, el premier inglés se comunicó con Emiratos Árabes Unidos para decirle a la familia real que este proyecto dañaba las relaciones entre sus países. Y hay más: aunque todavía solo es un sondeo, parece que también busca fomentar el modelo “50+1” en la Premier League, ese mismo que utilizan los alemanes y ese mismo para el que los hinchas del Manchester United están juntando firmas.

Termina siendo poético o anecdótico en cierto sentido que, luego de más de 100 años, los ricos -antes las clases altas tradicionales y burguesas, hoy los grandes grupos empresariales extranjeros- hayan fallado en su intento de quedarse con todo y que, a cambio, ahora los fanáticos vayan por ellos al igual que cuando las clases populares se adueñaron del juego al principio de los tiempos.

El fútbol todavía le pertenece, por lo menos una pequeña parte, a los fanáticos. Está lejos de ser perfecto y más aún de representar aquellas ideas de épica y competitividad que creemos que tiene. La pelota está pinchada y la Superliga seguramente volverá en el futuro, quizás con más éxito. Sin embargo, por ahora, recordaremos este tiempo como lo que fue: los días que casi nos roban lo que queda de fútbol.

Contenido provisto por: Francisco Rodriguez