Varados en el paraíso: dejaron todo por salir al mundo y quedaron aislados en una playa de película

La experiencia de una familia viajera que quedó absolutamente sola en una playa mexicana.

El 26 de Diciembre del 2018, Sofi (31), Juani (42) y Dieguito (4) partieron rumbo a la virgen de Guadalupe, México, a bordo de una Kombi VW modelo 1971. Despojados del ruido de Buenos Aires y de la rutina de todos los días, emprendieron juntos un viaje con ritmo frenético, que desconocía una pronta fecha de regreso.

«Cuando estuvimos en Lobitos, al norte de Perú, nos dimos cuenta de que el viaje no duraría los 6 meses inicialmente pensados. Los planes se desvanecieron; ahora se trataba de una aventura sin agenda, con destino incierto. Sabíamos que viviríamos nómades un buen tiempo», contó Juani.

Lo que nunca imaginaron es que, una vez inmersos en su viaje por Latinoamérica, se iba a propagar un virus que cambiaría por completo las condiciones de circulación en cada recóndito lugar de la Tierra.

Desde hace 70 días, poco antes de dictarse la cuarentena en México, la familia viajera quedó varada en Oaxaca, en una playa paradisíaca llamada San Diego, en el Pacifico sur.

«Está ubicada muy cerca de lugares turísticos como Zipolite y su famosa playa nudista, y de Puerto Escondido, la playa preferida de los surfers por sus olas gigantes», explicó Juani.

Varados en el paraíso

A través de una aplicación muy útil y conocida entre los viajeros, llamada ioverlander, Sofi, Juani y Dieguito encontraron la playa de San Diego, reconocida como surf point.

«Veníamos viajando desde Chiapas a Oaxaca, con la idea de quedarnos dos o tres noches donde estamos, cuando de repente se presentaron las autoridades sanitarias del pueblo más cercano invitándonos a retirarnos, porque la playa cerraría sus puertas tanto a nacionales como extranjeros», dijo Juani.

La familia se vio obligada a tomar la decisión de salir a buscar otro lugar o permanecer allí. «Después de una reunión con el presidente comunal, nos permitieron quedarnos bajo la condición de no salir del pueblo (Santiago Astata) que queda aproximadamente a 10 km de la playa», recordó.

Actualmente, en México hay más de 90.000 casos positivos de coronavirus, de los cuales aproximadamente 65.000 son personas recuperadas y 9930 fallecidos.

«El pueblo ha tomado medidas estrictas con respecto a los visitantes, no así con relación a los propios habitantes locales, quienes se desenvuelven normalmente como si fueran inmunes al Covid 19», contó Juani y agregó que, generalmente, las personas que hablan con ellos niegan la existencia del virus o recurren «a toda clase de teorías disparatadas».

En esta línea, Juani comentó que los han escuchado decir que, como viven cerca del mar, el Covid-19 se muere, o que todo se trata de un invento exclusivo del gobierno mexicano para ocultar deficiencias en la gestión. «No quieren que entre el gobierno nacional a desinfectar, porque aseguran que son ellos los que rociaran el pueblo con el virus».

Desde que decidieron instalarse allí, debieron organizar cómo proveerse periódicamente de los elementos necesarios para quedarse. «Comenzamos yendo al pueblo cada 10 días para comprar las frutas y verduras, los tres bidones de veinte litros de agua y cosas de despensa», comentó Juani.

«Ahora tenemos el teléfono de los comercios y hacemos los pedidos, que amablemente nos traen los pescadores que vienen a diario. Es una bendición, estando tan aislados, tener señal de celular y, a su vez, comunicarnos con nuestras familias y amigos», sintetizó.

La crianza nómade

Diego salió de viaje cuando tenía dos años y ya tiene más de cuatro. «Creemos que sus registros y recuerdos son los de esta vida nómade, por lo que no ha experimentado un cambio drástico. Es muy sociable y hace amigos donde quiera que vamos», contó Juani.

En muchos momentos compartieron ocasiones con otros viajeros y sus hijos: «La verdad que nos sentimos muy afortunados de poder vivir esto en familia y que desde tan chiquito Diego experimente una relación de comunión con la naturaleza. En cuanto a su educación, por el momento nos parece que todo lo que está viviendo supera cualquier jardín».

En relación al coronavirus, Diego «entiende que hay un virus, que no nos permite movernos ni tocar a otras personas», contó su papá y agregó: «Cada vez que alguien se le acerca a hablar, él le dice que no puede tocarlo ni acercarse porque hay un virus».

Recalculándonos

Sofi es licenciada en Administración de empresas y trabajó siempre en multinacionales. Juani es abogado tributarista y, antes de emprender este viaje, trabajaba en un estudio jurídico. Diego iba a su jardín maternal, en salita de 1.

«Vida clásica: despertarse temprano, trabajar todo el día, volver extenuado a jugar poco tiempo con Diego. Vivíamos en un departamento en Belgrano y los fines de semana salíamos en busca de un poco de verde. A ambos nos apasiona viajar, lo hacíamos cada vez que podíamos. Cuando volvíamos a la vida capitalina sentíamos que algo no funcionaba», recordó Juani.

Hace unos años, Sofi le regaló a Juani el libro de los Zapp «Atrapa tu Sueño», donde se relata la experiencia de una familia que viaja por el mundo con sus 4 hijos, hace veinte años. Leyéndolo juntos, una noche se preguntaron: «¿Por qué no nosotros?».

«Así fue como se empezó a dar forma a este sueño. Dieguito todavía no estaba en escena. Dos años después ya estábamos rumbo al norte», contó Juani.

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En todo este tiempo, los viajeros escalaron, vieron erupcionar volcanes, exploraron pirámides, nadaron con tiburones, visitaron museos, experimentaron comidas exóticas y recorrieron selvas con fauna impensada.

«También hemos concretado sueños y aprendido actividades nuevas. Hicimos voluntariados con niños, participamos en espacios de bioconstrucción, aprendimos a surfear, hacer pan, mermeladas y todo tipo de manualidades», comentó Juani y agregó: «Pasamos de una vida más rutinaria y previsible a otra en que la incertidumbre es la protagonista. Dejamos que el camino nos sorprenda«.

Sin embargo, no todo es positivo, ya que hay días que son duros. «Tanto por no encontrar lugar para dormir o porque la Kombi se rompe. Y sobre todo, cuando nos enfermamos de ‘extrañitis'».

Cuando mencionamos qué es lo que más extrañan al estar de viaje, la respuesta es definitiva y unánime: la familia y los amigos. «Extrañamos mucho los fines de semana en casa de los papás de Sofi o en lo de mis tíos. Las visitas de mis papás o nuestras visitas a ellos en Mendoza y Córdoba».

«También (extrañamos) las veces que Diego se quedaba con sus abus o tías, y encontrábamos ese espacio de pareja solos. Suena raro, pero muchas veces recordamos las duchas calientes, la licuadora, la heladera. También algún domingo encerrados, comiendo helado y viendo una maratón de series», reconoció Juani.

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Vivir viajando

Si piensan en lo más lindo de viajar, ambos enumeran el tener tiempo para conectar como papás, como pareja y con ellos mismos: «Tiempo para contemplar, meditar, cuidarnos, cuestionar los paradigmas a los que la mayoría, como sociedad, estamos sometidos. Tiempo para replantearnos cómo queremos o no vivir, qué mundo queremos crear para Diego».

Además, conocer el mundo no solo por sus paisajes, si no también por la gente; «los fuertes vínculos que hemos forjado». «La libertad, adaptarnos a vivir en 3 metros cuadrados, con las cosas indispensables, y darnos cuenta de lo felices que somos con tan poco», expresó Juani.

«No hay felicidad más grande que haber vencido el miedo que teníamos antes de salir a cumplir nuestro sueño«

En términos generales, el viaje «no ha sido solo hacia afuera, sino que también es un viaje muy adentro, despertando nuestras conciencias. No podemos recomendar el viaje en sí mismo, nuestra aventura no es para cualquiera. Pero sí podemos aconsejar que se atrevan a cumplir sus sueños, cualquiera que sea».

Contenido provisto por: Nuria Pacheco