Pasaron 28 años, lleno de ilusiones y frustraciones. Entre ellas hubo dos finales de la Copa del Mundo, en el 90 y 2014, y cuatro finales de la Copa América, en 2004, 2007, 2015 y 2016. La última postal de la gloria fue la Oscar Ruggeri cuando levantó la Copa América en el Monumental de Guayaquil, el 8 de julio de 1993.

Pero finalmente, la Argentina se dio el gusto de volver a gritar campeón, en un grito de desahogo y justicia para un grupo de jugadores que estuvieron siempre cerca de la gloria. Y por sobre todo, para uno de los mejores jugadores del mundo: Lionel Messi. Tan criticado, como alabado, si algo anhelaba la Pulga era ganar un torneo con la Selección. El 10 y capitán volvió a demostrar su nivel extraordinario durante varios tramos de los partidos, incluso llegó a jugar con un tobillo ensangrentado y magullado frente a Colombia, en la semifinal. Verlo besar y alzar la Copa, demuestra que todo valió la pena.

Lo mismo valió para Ángel Di María, quién nos hizo gritar a pura emoción con un golazo que quedará grabado en nuestras retinas, tal como lo había hecho frente a Nigeria con aquel tanto que hizo en los Juegos Olímpicos para que nuestro país se quedara con la medalla de oro. Fideo, también resistido y tras haber atravesado varias lesiones, demostró la jerarquía y templanza necesaria para estar en los momentos claves.

Pero no todo puede reducirse a un par de jugadores cada vez que se gana algo importante. Lo que tuvo esta Selección, desde el minuto cero, fue compañerismo. Porque entrara quien entrara en el equipo titular, lo dejó todo. Se armó un verdadero grupo que dejó de lado individualidades y pensó siempre a lo grande.

¿Cómo no mencionar a Emiliano «Dibu» Martínez con esos tres penales atajados contra Colombia en la semifinal y las enormes atajadas de ayer para mantener el cero en nuestro arco? ¿O cómo dejar de lado la firmeza de una defensa por momentos impenetrable de la mano de Nicolás Otamendi, Germán Pezzella, Cristian «el Cuti» Romero y Gonzalo Montiel? ¿Y que hay de Rodrigo de Paul, Leandro Paredes, Giovanni Lo Celso, Guido Rodríguez corriendo y robando pelotas en el mediocampo como perros rabiosos? ¿Y arriba? La potencia y solidaridad de Lautaro Martínez, las apariciones oportunas y goleadoras del Papu Gómez y Nicolás González. Quedan muchos afuera y es injusto no nombrarlos, pero cada uno hizo lo necesario para dar al pueblo argentino una alegría que tanto anhelaba.

Por último, pero no menos importante, hay que reconocer el trabajo de Lionel Scaloni. El DT que siempre fue mirado de reojo por su falta de experiencia, demostró que eso no siempre es lo más importante a la hora de enfrentarse a un nuevo desafío. Encaró una nueva renovación de jugadores, estilos y táctica. Y la apuesta brindó sus frutos. Más allá de los constantes cambios entre partido y partido, Scaloni demostró tener el plan perfecto para aplastar a sus rivales más indefensos y desactivar a aquellos que podían ser superiores en la teoría, como sucedió ayer contra Brasil. Él también quedará en la gloria, a pesar de sus detractores.

Con Diego Maradona viéndolos y aletándolos por primera vez desde el cielo, la Selección le dio una alegría a todo un país en un momento mundial de tanta angustia, crisis, miedo y muerte por culpa de una pandemia que puso todo patas para arriba. Sólo queda decirles: gracias muchachos por devolvernos por un momento la alegría y llevarnos de vuelta a la gloria, ese lugar donde el fútbol argentino pertenece y pertenecerá siempre.