Historias «d», Daniel Arcucci: “En Puan el tiempo tiene más tiempo”

El periodista comparte con Noticias d sus recuerdos y vivencias de Puan, la ciudad donde nació y creció y a la que elige volver siempre que puede.

Daniel Arcucci es de esos periodistas que honran el oficio. Un profesional que prefiere el dato a la diatriba, la información a la primicia, uno que sabe que la estrella es la noticia y no el que la transmite. Con una trayectoria increíble -en 2007 la Fundación Konex le otorgó el Premio Konex de platino al periodismo deportivo escrito- es fuente de consulta en Argentina y también en el mundo cada vez que se desea saber algo de Diego Armando Maradona, lo entrevistó decenas de veces y forjaron un vínculo lleno de respeto y cariño.

Acostumbrado a que lo llamen por “el Diego”, Arcucci no evita la sonrisa enorme cuando se le pide que cuente sobre Puan, el lugar donde nació y creció. A esa ciudad del suroeste bonaerense la siente como su origen y sus cimientos, por eso vuelve cada vez que puede y comparte su amor por sus orígenes con quien lo escucha.

Ni un mal recuerdo

Arcucci resume su sentir en una línea: “No tengo un solo mal recuerdo de mi pueblo”. De su infancia al presente, a los reencuentros, incluso a la muerte de algunos de sus seres queridos. Allí todo comenzó, y aunque lejos físicamente, allí nunca deja de ser. Pero si hablamos de comienzos, nada mejor que la palabra del protagonista: “La infancia en mi pueblo, Puan, es el tiempo detenido para siempre bajo la sombra de la higuera en el patio de mi casa; allí nacía todo lo que hacía. Y todo estaba al alcance de la mano, en 15 cuadras por 9, sin riesgo de nada y con la libertad plena”.

Recuerda. Recuerda la caminata hasta el colegio con la escarcha de la helada en el invierno y con el asfalto derretido en el verano. También las tardes eternas en las piletas del Balneario Municipal de la Laguna cuando llegaban las vacaciones, y los entrenamientos y partidos de fútbol en su club, Tiro Federal.

“Desde Jardín de Infantes hasta terminar el 5º año fui al Instituto María Susana, un colegio mixto regido por religiosas y con orientación docente. Un edificio hermoso, bien escuela, sobre la Avenida San Martin (por supuesto, la calle principal), a media cuadra de la plaza, entre el Banco Nación y la farmacia”, contó. No había muchísimas alternativas para elegir. En la primaria, estaban la Escuela 1, en el bajo, o la 2, en el alto. Y en la secundaria, el María Susana, o el Almafuerte, de orientación comercial. “Mi viejo sabe mucho de números, pero mi mamá debe haber intuido que lo mío iba más por las letras”. No se equivocó.

Daniel cuenta que en su tierra los amigos se mezclaban de colegio a colegio, con un deporte que servía como piedra angular, o más bien como un delimitador social. ”El fútbol unía o enfrentaba, según se jugara en Tiro Federal, donde jugaba yo, o en Puan Foot Ball Club (Fóbal Clú, en la pronunciación cotidiana)“. Sin embargo, la pelota no completaba todo su itinerario deportivo: “La combinación de mi gusto por el deporte con la composición de género de mi colegio (la mayoría eran mujeres) me llevó a practicar todo tipo de actividades, hasta aquellas que por condición física no era la más adecuada: así, con mi metro y medio de altura de entonces, pude jugar al básquetbol, por ejemplo; no porque fuera bueno, sino porque tenía muchas ganas y no quedaba otra”.

Los amigos y la sagrada familia

Como con cualquier niño, cualquier niña, el club, la escuela y la familia son tres instituciones que nos marcan para el resto del camino. Allí nacen nuestras primeras relaciones, enseñanzas, errores, alegrías y recuerdos. Huellas que difícilmente se pueden borrar. Lógicamente, el caso de Arcucci no fue distinto.

Sumado a lo que ya fue contado hasta ahora, Daniel recuerda que con la adolescencia llegaron las salidas grupales, aquellas que variaban del club, en invierno, y de la laguna, en verano. “El sábado a la noche era el tiempo del boliche, uno solo, cambiando de nombre y de lugar, con los lentos empezando religiosamente a las dos de la mañana, apenas sonaba Otro ladrillo en la pared, de Pink Floyd”, relató.

El periodista oriundo de Puan recuerda las reuniones familiares de los viernes por la tarde, con su casa como epicentro. Iban sus primos y los tíos del campo en los camiones cerealeros. Allí se juntaba la cultura española por el lado materno y la italiana por el paterno. Por supuesto, toda la comida era casera: ”En una casa de raíces españolas e italianas combinadas se comía muy rico y muy bien. No existían, por aquellos tiempos, las rotiserías“. La comida era una fija, pero a veces le gustaba recorrer el camino inverso, como dice él, ”las cinco leguas de tierra hasta una de las chacras, la de mi tío Paco o la de mi tío Cacho, y durante un par de jornadas se respiraba ese aire tan puro que parecía energía en su máxima expresión. Y eso era“.

Recuerda su rutina como si recién hubiera terminado un abundante almuerzo familiar. Después de comer, lavaba o secaba los platos, según tocara. La siesta era obligatoria, poco importaba si se dormía o no. Luego venía el tiempo de los juegos en el campito, un terreno baldío en la misma manzana de su casa, o entrenarse a las órdenes del DT de siempre en el club, que salía de su trabajo en una fábrica de cerámicas y hacia allá iba, blanco de cal. ”A la vuelta, a lavarse las mulas (la tierra acumulada en los tobillos) en el piletón del lavadero, cruzando el patio, y después a hacer los deberes“, completa Daniel.

¿Y qué es lo más distintivo que recuerda de su pueblo? Sin hablar de lugares o atracciones turísticas, Arcucci añora un bien cada vez más preciado en un periodismo cada vez más fugaz, como la vida misma: ”En Puan, seguramente en los pueblos en general, el tiempo tiene más tiempo. No hay, no había, demora en el viaje de un lugar al otro. Tres minutos desde el colegio hasta casa y ya estaba listo el almuerzo, preparado por la mamá o por la abuela mientras estuvo“.

Un viaje de reencuentro

Vuelvo a Puan. Y trato de hacerlo cada vez más seguido“, comenta Arcucci, y también profundiza en uno de sus regresos, uno importante para él: ”A finales de 2016, con mis hijas ya grandes y viviendo en el exterior, yo terminando una relación y recién comenzando otra, que decidí tomarme vacaciones de las de antes, justamente en mi pueblo. Un mes. Un mes entero. Cargué todo lo que pude en mi camioneta, como para quedarme a vivir. Casi, casi un viaje de regreso. Y fue, en realidad, un viaje de reencuentro, con mis raíces más profundas“.

Encontrados o buscados, fue un viaje lleno de símbolos para Daniel. Viajó ese mismo 31 de diciembre, después correr, otra de sus conocidas pasiones, la carrera de San Silvestre por la Avenida 9 de Julio, debajo del Obelisco porteño: ”Hasta tuvo algo de simbólico el punto de partida, que tantos años atrás había sido punto de meta“. Recorrió 600 kilómetros en sentido sudoeste. Tuvo que atravesar una fuerte tormenta, típica de la zona y de la época. ”Fue, simbólicamente, una limpieza, una purificación“, siguió con la idea.

Como si todo fuera obra de un ente externo o superior, o también debido a su gran capacidad y apertura de mente para conectar estos eventos, mientras cruzaba esa tormenta, Daniel recordó un párrafo de Murakami que lo había ayudado mucho a lo largo de ese año: ”Y una vez que la tormenta termine, no recordarás como lo lograste, como sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro si la tormenta ha terminado realmente. Pero una cosa si es segura. Cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella. De eso se trata esta tormenta“.

Llegó justo para la cena de fin año. Bien familiar, como cuando era pequeño, en la casa de unos primos. Brindis y fiesta, ahora con más de 50 años. Volvió al boliche, como cuando tenía 18, acompañado por sus primos más jóvenes y a otro montón de jóvenes, sus nuevos amigos desde esa noche. Les llama Los Pibes de Puan, a quienes ve cada vez que regresa, y de quienes aprendió algo nuevo y muy importante ese 2016.

”Me enseñaron algo maravilloso, ellos que se quedaron en el pueblo del que todos se iban porque eligieron quedarse. Me enseñaron, me volvieron a enseñar, todo lo que había para disfrutar allí, que era mucho. Ninguno sentía resentimiento o frustración por no haberse ido; todo lo contrario. Un día, una tardecita increíble, pararon la lancha en la que andábamos recorriendo la laguna, detrás de la isla, al otro lado del pueblo, y me dijeron: ‘¿Ves, Dani? Esto es lo que nosotros disfrutamos acá…‘. Alrededor, un atardecer memorable encendía el lugar, en una paz llena de energía. Sin tiempo, sin apuro“, explicó.

Lo mejor de Puan

Daniel recuerda que hasta los 13 años lo vestían de monaguillo. Con sotana y todo“, agrega. Ya no es religioso, o por lo no practica, pero sí tiene una creencia: ”Así funciona mi pueblo conmigo, o yo con él: es mi fe, es mi creencia, es mi convicción, de que mi pueblo está siempre, cuando lo necesite o cuando no. Siempre. Es la ventaja que tenemos los desarraigados (sólo geográficamente, siempre arraigados sentimentalmente). Podemos arriesgar a buscar nuestros sueños fuera del lugar de origen, pero allí donde están nuestras raíces estarán siempre nuestras respuestas. Así siento a Puan: mi raíz, mi origen, mis cimientos“.

Para Arcucci, lo mejor de Puan es el pueblo, en todos los sentidos de la palabra: ”Es la ondulación que va desde la laguna hasta el cerro, en un paisaje poco común para una localidad bonaerense, pero más lo es la gente, siempre dispuesta para la invitación: ‘¿Nos comemos un asado?’. Y allá vamos, a las parrillas públicas del balneario o a alguna casa en la que no faltan los hierros al piso o en la churrasquera. Siempre hay tiempo para armar la rueda alrededor del fuego. Siempre hay alguien que aporta algo que trae del campo o todos ponen, todos ponemos, para que no falte. Comer un asado en Puan es una experiencia“.

”Paradójicamente, esa experiencia gastronómica se combina ahora, en estos tiempos, con la experiencia deportiva“, completa Daniel. Es que ahora, además de los clubes tradicionales del pueblo (Tiro, Puan Foot Ball Club, Independiente) donde se juega al fútbol, a las bochas, al hockey y también se patina, según el periodista, ”se ha dado una cultura popular de moverse, de andar, y el paisaje invita a la bicicleta, que prolifera, y a los corredores, que cada vez hay más“.

Aunque si hablamos de cultura en Puan, no se puede no mencionar la Fiesta Nacional de la Cebada Cervecera, que se celebra cada enero desde hace más de cuarenta años: ”Es el escenario ideal para unas semanas en la que pasan los más grandes artistas. Allí, hace mucho, debutó un chico de 11 años llamado Abel Pintos. Volvió hace poco, 25 años después, y el pueblo de 5000 habitantes recibió a casi 20000 personas, que esa noche disfrutaron de una auténtica fiesta popular. Una fiesta de pueblo“.

Maradona, Corrientes y Puan

Si hay algo por lo que se lo reconoce más a Arcucci, incluso más que por su destacada tarea periodística, es por lo que fue, y aún es, su vínculo con Diego Armando Maradona. El ídolo de masas dejó que Daniel se acercara a él como a muy pocos periodistas, tanto que formaron una relación llena de cariño, respeto y admiración. No se considera el periodista que más conoció a Maradona, pero sí el que más tiempo estuvo cerca de él. Fue su cronista y biógrafo.

Dentro de la gran cantidad de conversaciones que han tenido, Puan, según el propio periodista, fue un tema que hablaron muchas veces. “Siempre valoró mi origen, porque también está en el origen de nuestra relación: de hecho, en 1985, no viajé a Puan para pasar la Navidad con mis padres cuando ya estaba con el bolso hecho y a punto de subirme al ómnibus para ir a hacerle la primera entrevista, la que me cambió la vida profesional. Hablamos de los asados y de la pesca, posibles tanto en mi lugar como en el que sentía tan propio y al que tantas veces fue, en Esquina, Corrientes”, explicó.

Sin embargo, -y desgraciadamente- Diego nunca llegó a visitar Puan: ”Lo más cerca que estuvo fue a principios de los 90, un verano tórrido y tremendo en el que había andado a los tiros en su quinta de Moreno y terminó recluido en Oriente, una playa bien bonaerense, cerca de Tres Arroyos. No necesariamente lejos de mi pueblo, pero mucho más cercana en costumbres. Compartí un día con él y su familia allí. Se sentía como en su casa en aquella sencillez. Así se hubiera sentido en Puan. Una gran pena que ya no pueda ser“.