Doña Olguita, la historia detrás de la mujer que con su generosidad inspiró un programa municipal

En diálogo con Noticias d, su hijo Mario Domingo Olmos recordó anécdotas y vivencias de uno de los personajes más apreciados de Villa de Soto.

La historia de Villa de Soto está escrita por aquellos y aquellas que con su ejemplo sentaron los cimientos para lograr un pueblo más justo e igualitario. Doña Olga Ofelia Pellarin, fue y es un ejemplo acabado de honradez y generosidad, cuya historia merece ser recordada y sobre todo rescatada para contarle a las nuevas generaciones lo que significa hacer el bien sin importar a quien.

—Yendo en retrospectiva, ¿cuál es la visión que tiene de su mamá en la infancia? ¿cómo veía a su madre a nivel social?

—Mi madre fue una persona muy especial. Ella siempre tenía una forma de ser era muy accesible, con una capacidad muy grande de escuchar y también un amor por los niños que hacía que la comunicación con ellos fuera muy fluida. Tanto como lo fue conmigo y con en el negocio. Siempre estuvo rodeada de niños, porque ella era mucho amor, mucha comprensión, mucho acompañamiento. Yo recuerdo siempre que ella, mucho más que mi padre que los hombres siempre tienen un perfil diferente, era muy amorosa y acompañaba el crecimiento de una forma sin limitaciones para uno, siempre vigilando, pero dejando hacer. Fue una infancia muy linda, muy feliz.

—¿Qué suceso fue el que la hizo trascender para usted?

—Mi madre siempre tuvo una sensibilidad especial. Ya de soltera se había capacitado y había estudiado corte y confección y puso una academia. Bueno, luego lo conoce a mi padre, se casan y ella estaba como maestra de actividades especiales (manualidades) en la escuela Padre Bartolomé de las Casas. Cuando nazco yo, ella renuncia para atenderme a mí y ayudarlo a mi padre en el negocio y bueno toda su vida ella entendió que el sufrimiento de los niños por la pobreza no era responsabilidad de ellos y que había que ayudarlos como fuese.

Ella, en relación a sus posibilidades y a través del negocio daba una cantidad de caramelos que no tenía nada que ver con la realidad. Yo me acuerdo, ella fallece en el 2012 y hasta último momento daba 4 caramelos masticables por 10 centavos. Los niños venían con una monedita y se llevaban un puñado de caramelos. Eso era el aporte que tenía ella. Recuerdo que me decía: «no puede ser que los niños sufran por no poder comprar un caramelo y con las moneditas que vienen yo no les podría dar nada». Esa era la forma que tenía de aportar un bálsamo a la situación de limitaciones que daba la pobreza.

Ella entendía además de que la pobreza limitaba el futuro de esa gente y que la educación era la única forma de superar esa situación. Ella tenía otras herramientas, que era el fiado, que lógicamente lo hacía a costillas suyas, de su capital, de su negocio. Su libreta era lo más ordenadita, pero había otros métodos que eran más informales, entonces en un papelito ponía Juancito, Pedrito con un lápiz y los colocaba en un pincho. Entonces todos los días papelitos de poquitas cosas, pero transcurría el tiempo y eso era una gran cantidad. Me acuerdo que mi padre a fin de año quemaba todo, eran cosas que nunca se iban a cobrar. Hoy tal vez a eso se le llama medio forzosamente responsabilidad social empresaria, cómo devolverle a la comunidad parte de lo que ella le da. Mi madre lo hacía de una forma muy rudimentaria pero lo hacía de corazón.

—Hay un programa que tiene origen en la conducta que tenía Doña Olguita, en ese valor de generosidad con la sociedad

—Fue toda una vida. Mi padre fallece en el año 1972 y ella lo sobrevive 40 años más. Toda una trayectoria. Tuvo infartos y estuvo tres años postrado y yo estaba estudiando en Córdoba. Planteaba la idea de que quería volver porque yo veía que era muy grande la tarea de cuidarlo a mi padre: el negocio, más la casa y todo lo demás. Y ella me dijo «No, vos te quedás en Córdoba, yo aquí me las voy a arreglar de alguna forma y vos seguí adelante porque sabía que si yo volvía a Soto iba a quedar trunca la carrera. Esa es la admiración que siempre tengo. La templanza que siempre tuvo ella en esos momentos de adversidad porque yo recuerdo: era médicos y remedios y en la casa con tratamientos. Le estoy hablando de una época donde no había obra social, no había nada. En esa época, había que ir con la platita y nada más.

Bueno, entonces ¿qué es lo que pasa? Ella afrontó todo sola, aunque también tenía la compañía de una hermana de ella, la tía Ema, Ema Pellarin. Ella tenía otras actividades y estaba muy allegada a la iglesia. O sea, que la vieja, prácticamente, casi sola llevó adelante todo este período. Un período muy duro ¿no cierto? Porque sabíamos que mi padre no tenía posibilidades. Y bueno fue, en el caso de mi padre, una lucha, sin un final feliz.

Ella lo afrontó y fíjese la templanza que tenía que ella nunca se quejó y nunca perdió la calma. Eso es algo que a mí me ha quedado marcado ¿no cierto? De que uno puede decir en el momento me tocan todas a mí, la situación o lo otro. No no no, ella nunca se quejó. Lo que pasa, es que ella siempre tuvo una vida donde había visto todas las situaciones que se dieron.

—¿Qué anécdotas recuerda que la pintan de cuerpo entero?

—Me acuerdo del año 2001, con la crisis mucho peor de la que tenemos ahora, y yo le digo «Mirá vieja la crisis que hay» y ella que me dice «¿qué me vas a venir a hablar de crisis? En el año 1930, esas eran crisis. A nosotros nos hacían los vestidos con las bolsas de tela de harina que las lavaban, las teñían y ahí nos hacían la ropa. ¿Qué me vas a enseñar vos a mi de crisis?»

Mi madre se levanta a las 5 de la mañana, hacía la masa, hacía ravioles, hacía el tuco, cocinaba, todo. Una mujer, yo llamo de las pioneras. En el sentido de una vida sacrificada, pero una vida sin queja. O sea, como decirle, una vida muy esforzada, pero ella lo veía como algo natural, como algo que debía ser así. Entonces, es algo que a mi me ha quedado marcado. Hasta el último momento, ella hacía dulces. Cuando ella estaba postrada, me decía tráeme esto, en los últimos días, quiero hacer dulce. Esa pasión, toda esa fuerza que tenían de los pioneros porque uno dice bueno, no sé si se ha perdido eso, pero estaría bueno que no se pierda ¿no cierto? en las generaciones nuevas.

Hacer, pero sin quejarse, porque yo recuerdo que ella llevó una vida austera, estaba acostumbrada a usar muy bien todos los recursos que había. De la nada hacía una fiesta, buscaba las naranjas y las exprimía, se levantaba temprano y hacía ravioles, pero unos ravioles que nunca más comí. Entonces el hacer como una manera de ver y vivir la vida. La vida como una oportunidad de hacer cosas, de ayudar a la gente. Yo siempre digo que Soto es hoy lo que es gracias a los pioneros. Por ejemplo, la empresa Jalil hermanos, esa gente que se arremangaba día a día. Esos son los que hicieron grande a Soto, los que sentaron los cimientos.

—¿Qué valores se llevan de su infancia hasta los últimos días de vida de su mamá?

—En mi casa, el tema era de mi madre y su amor al trabajo, la honestidad, la templanza, la sencillez y la humildad. Fíjese, mi madre siempre se reía, porque en todas las comisiones donde estaba mi padre lo elegían de tesorero. Porque mi padre con el dinero era muy transparente. Ahí pesaba la honradez, el valor de la palabra por sobre todas las cosas. Todo eso es algo que tiene marcado a fuego, el cumplimiento del deber. La responsabilidad de cada uno era cumplir. No era retórica vacía. Todo tenía sentido.

Contenido provisto por: Municipio de Villa de Soto
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