Represión, contagios y fútbol: para la Conmebol, el show debe continuar

La Confederación Sudamericana de Fútbol actúa como si fuera un Estado Nacional más, con sus propias reglas y legislaciones. Los últimos partidos de Copa Libertadores mostraron que en Colombia hay de todo menos paz, mientras que, en la Argentina, los brotes por Covid-19 en los planteles no dan respiro. Aún así, la Copa América sigue en pie.

Probablemente, Brian May no debe saber que aquella canción que supuestamente le escribió a un moribundo Freddie Mercury en 1991, hoy es usada como referencia en amplias oportunidades en el periodismo deportivo argentino. El show debe continuar o The show must go on, es una gran forma de describir el accionar de la Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL) hace un largo tiempo.

El 14 de mayo el Consejo de la Conmebol ratificó que Colombia y Argentina serán las sedes de la Copa América, que se jugará sí o sí, -ya sea con o sin público en los estadios- contra viento y marea o contra una pandemia y la crisis social más grande en el último tiempo de uno de los países anfitriones. La realidad volvió a darle un cachetazo a quienes, a esta altura, parecen querer tapar el sol con la mano más que organizar un torneo de fútbol.

Más gases y balas que goles

“Uno no se puede abstraer de lo que pasa. No es normal venir a jugar un partido de fútbol en una situación tan inestable como la que está viviendo el pueblo colombiano. No fue normal. No fue normal, ni en la previa ni durante el partido. Se jugó con humo de gases lacrimógenos durante varios momentos del partido, escuchando estruendos de afuera. Fue una situación anormal en todo sentido, entonces no podemos mirar para otro lado”, comentó Marcelo Gallardo, técnico de River Plate, luego de un empate agónico contra Junior de Barranquilla por Copa Libertadores.

El partido tuvo que frenarse un par de veces debido a los residuos de los gases lacrimógenos que el ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios) les tiró a los manifestantes fuera del Estadio Romelio Martínez y hasta en la transmisión del partido podían escucharse los estruendos. Diego Latorre, exfutbolista y comentarista de ESPN, comentó acertadamente durante el partido: “Habría que preguntarse por qué el fútbol no tiene la sensibilidad de identificarse con las necesidades del pueblo colombiano. Es hasta irrespetuoso hablar de fútbol cuando están pasando hechos lamentables afuera de la cancha”.

Fue el precio que pagó la Conmebol en su intento de mostrar normalidad en una de las sedes de la Copa América, luego de haber trasladado a Asunción dos partidos y otros dos a Guayaquil y a Caracas que también debían jugarse en Colombia la semana anterior. El mismo día del encuentro de River en Barranquilla, pasada la medianoche, en la ciudad de Pereira se realizó un partido que inicialmente debía jugarse en Medellín, entre Atlético Nacional y Nacional de Montevideo. La Conmebol eligió cambiar la sede a un lugar -supuestamente- de menor conflicto. Sin embargo, como ya estaba anunciado, los manifestantes no se quedaron quietos.

Sin justica no hay fútbol”, titularon su comunicado los barristas pereiranos. La intención del mensaje y de sus acciones se resume en pocas líneas: “Nuestra ciudad NO será el escenario de un partido de fútbol mientras la sangre de nuestros compatriotas sigue siendo derramada por el gobierno colombiano a manos de la policía, el ejército y los paramilitares”. Los manifestantes bloquearon la salida del equipo uruguayo y por momentos se pensó en lo lógico: no jugar el partido. En vez de eso, se decidió reprogramarlo para la medianoche, luego de que las fuerzas de seguridad disiparan las protestas. “Necesitamos más empatía”, exclamó Gonzalo Bergessio, capitán de Nacional, ya en el sorteo de capitanes previo al partido.

Sin embargo, lo peor llegó al día siguiente. Horas después de la reconfirmación del Consejo de la Conmebol, en el partido entre América de Cali y Atlético Mineiro, también disputado en Barranquilla, volvieron a verse las mismas imágenes que en el partido de River, pero potenciadas: el encuentro debió frenarse cuatro veces por los gases lacrimógenos de lo que parecía una batalla campal a pocos metros del Estadio Romelio Martínez.

Esta vez los jugadores colombianos decidieron ponerle fin al asunto, demostrando que, en este caso, el fútbol importa poco y nada. Pasados los 60 minutos de juego y ante la imposibilidad de continuar un partido que no debía jugarse, los futbolistas de América de Cali se revelaron. Casi quietos, apenas tocando la pelota para pasar el tiempo, detuvieron el partido por sus propios medios hasta forzar la suspensión del mismo, pero no hubo caso: el partido se reanudó y el equipo de Brasil se llevó la victoria por 3-1.

No nos olvidemos del coronavirus

Pocos días antes del inicio de un nuevo superclásico argentino, las alarmas comenzaron a sonar en River. Primero resultó positivo por Covid-19 el entrenador de arqueros y de ahí en adelante los casos aumentaron hasta llegar a un mínimo de 15 confirmados en la previa del partido. Un nuevo brote amenazaba el principal espectáculo que tiene el fútbol argentino. Siguiendo criterios epidemiológicos, el encuentro no debía jugarse: el resto de los jugadores deberían haber sido considerados como contactos estrechos y aislarse en sus casas. El partido debía reprogramarse, pero eso no ocurrió. Como era de esperarse, un día después del partido se confirmaron cinco casos nuevos en el equipo de Núñez.  

La AFA siguió su propia lógica, la de su reglamento y su accionar, donde la noción de contacto estrecho parece no existir, tampoco la obligatoriedad de tener que hacer cuarentena una vez regresado al país desde el exterior, la misma que utiliza la Conmebol. Banfield, Sarmiento, Gimnasia de la Plata, Independiente, Boca y otros más también habían sufrido brotes, pero todos fueron obligados a jugar sus respectivos partidos. River no fue la excepción.

Para terminar de entender esta lógica algo ilógica de los directivos de la confederación encabezada por Alejandro Domínguez, hay que retroceder hasta junio del año pasado. El fútbol en Argentina todavía seguía suspendido, aunque se especulaba que septiembre sería el mes del retorno a la acción. El resto de la región ya lo tenía más claro, pero no tanto como la Conmebol. Lo que primero fue una advertencia, a la semana pasó a ser presión real, cuando el ente organizador confirmó las fechas de inicios de la Libertadores y de la Sudamericana, el 15 de septiembre y el 27 de octubre, respectivamente.

Claudio Tapia fue el único dirigente en oponerse, ya que los equipos argentinos llegarían sin ritmo al principal torneo de clubes. El presidente de AFA no quería comenzar hasta que todo el país se encontrara en la Fase 4 del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, pero, en base a lo que comunicó la Conmebol, los clubes participantes de los certámenes internacionales también comenzaron a presionar en Viamonte 1366 para poder volver, aunque sea, un poco antes de lo previsto a los entrenamientos, los primeros días de agosto.

El máximo mandatario de la casa madre del fútbol argentino elevó el reclamo de Boca, River, Racing, Defensa y Justicia y Tigre a la Conmebol para retrasar, por lo menos, una semana sus regresos a la competencia, pero el ente presidido por Domínguez ya había bajado el pulgar. No iban a esperar a nadie, el show debía continuar. Mientras tanto, el gobierno argentino consideraba que las condiciones todavía no estaban dadas para el regreso.

Bajo ese contexto volvió el fútbol en Argentina y en toda la región. Desde entonces, hasta hoy, cuando River apenas cuenta ni con once jugadores para presentar en su próximo partido de Libertadores; mientras que su rival, Independiente de Santa, también presentó un mínimo de cinco confirmados de casos positivos de Covid-19 en los últimos días; el fútbol se convirtió en una isla de excepción en la que parece tomarse el Covid-19 simplemente como una gripezinha, como diría Jair Bolsonaro, presidente de Brasil.

Torneos que se reanudaron con protocolos muy tirados de los pelos, partidos que se juegan con brutales represiones estatales en las afueras de los estadios, jugadores que deben dormir en aeropuertos o quedarse varados en otro país, aunque tampoco mostraron en repetidas ocasiones respetar las restricciones sanitarias, una Federación que consigue vacunas como si fuera un Estado Nacional…pareciera que nada detiene la firme convicción de los dirigentes de la Conmebol para que nada pueda detener la pelota. Y el negocio, claro.

¿Y la Copa América?

Hemos confirmado nuestra decisión de hacer la Copa América. Nos consultaron desde Conmebol y dijimos que sí, con todas las restricciones que la pandemia exige. Esta sería una Copa América para la televisión. En esos términos, estaríamos dispuestos a cumplir con el compromiso asumido. El resto depende de cómo evoluciona todo y ver también qué va a hacer Colombia”, confirmó el presidente argentino Alberto Fernández en C5N. Mientras tanto, su par colombiano, Iván Duque, expresó que sería “absurdo” que la Copa América no se disputara en Colombia y le dio seguridad a la CONMEBOL de que ya tendrá la situación social controlada para el 13 de junio.

Por ahora, muy bien no le está yendo. Se estima un mínimo de 39 personas asesinadas a manos de la fuerza pública, 379 personas dadas como desaparecidas, 1460 personas detenidas, 2110 denuncias de violencia policial y 87 casos de violencia sexual basada en género, según números de Temblores, Indepaz, Campaña Defender la Libertad y la Defensoría Pública. Sin embargo, ni lerda ni perezosa, pesar de haberlos ratificado como sedes, Conmebol tiene preparados los reemplazos de ambos países. Según informó el periodista Javier Lanza en A24, Ecuador reemplazaría a su vecino, mientras que Uruguay haría lo propio en el Río de la Plata.

Por su parte, el gobierno colombiano espera que la Copa América contribuya a la reactivación económica del país, luego de, según publicó Infobae, haber invertido más de $12.500.000.000 para realizar el torneo. Para Ernesto Lucena, ministro del Deporte, en caso de cancelarse la competencia, no solo se perdería la inversión, sino cerca de 4.000 empleos e indirectos. En tanto, la Conmebol espera ganar entre US$ 140 y 200 millones por cada edición de este torneo de acá al 2028.

Los futbolistas no suelen tomar partido ni involucrarse en «cuestiones políticas», aunque una figura sudamericana de primer nivel hace poco sí se animó a alzar la voz. Edinson Cavani, el crack uruguayo del Manchester United, declaró en una entrevista en 2 de Punta: “No tenemos ni voz ni voto, son cosas que determinan un grupo de personas, ¿y qué somos nosotros? ¿Somos macacos que tenemos que seguir las ordenes? Creo que hoy las situaciones no están para tranquilamente decir que esto se va a hacer”.

“Si metemos competiciones en el medio, nosotros tenemos que callarnos la boca. Ahora si hay que aplazar algo se puede por la tele, porque esto, porque lo otro, y no se piensa en la salud de la gente, no se piensa en la salud de los futbolistas, no se piensa en la cantidad de partidos que se amontonan (…) Muchas veces te sentís frustrado con ciertas situaciones porque tenés que agachar la cabeza e ir para adelante. Pero también uno se cansa de ciertas situaciones y trata a veces de dar su opinión”, concluyó el delantero.

¿Qué es el fútbol?

El juego de los de abajo, el negocio de los de arriba, el trabajo de un grupo selecto, la pasión de los que alguna vez soñaron con vivir de eso, una herramienta de la política para ¿contentar a un pueblo y tapar la realidad? …todo eso y más, es el fútbol. Lo más importante de lo menos importante, como dijo Jorge Valdano. En su complejidad yace tanto la alegría como el desamparo de un pueblo que sufre de pobreza, desigualdad y violencia institucional, al que lo intentan contentar con un par de goles que luego, aunque no se quieran, se gritan con el alma.

Si tratamos de definir qué significa el fútbol en un momento como este, no sería errado pensar que la pelota sirve como una herramienta para un gobierno que busca aparentar una supuesta normalidad que no existe, de una federación internacional que pasa por encima de las leyes estatales con una insaciable necesidad de que el show continúe sin importar el costo.

A lo largo de la historia, el deporte, pero el fútbol especialmente, ha servido para esconder problemas internos y para hacer buena propaganda para el exterior, también como una forma de ganar popularidad y de limpiar la imagen política de Estados y empresas. Los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, bajo el mandato del Tercer Reich, y el Mundial de Argentina 1978 son ejemplos históricos, pero también, muy lejos de los ejemplos anteriores, la popularidad y el fomento que ha tenido el deporte argentino durante el peronismo, que sin duda acercaban a los líderes políticos, de Perón hasta Menem, a su pueblo.

La confederación con sede en Asunción se encuentra en un terreno sinuoso, porque su intención de mostrar normalidad en un contexto en el que esta no existe, dio un resultado completamente distinto. Los últimos de los partidos de Libertadores dejan un mensaje muy distinto al que quieren proyectar. En Colombia hay de todo menos paz, y lo único que se sabe con certeza hasta ahora, es que la Conmebol no frenará hasta que el 13 de junio la pelota comienza a rodar en el Estadio Monumental de Buenos Aires, porque, como entona la canción de Queen, el show debe continuar.

Contenido provisto por: Francisco Rodriguez