Historias «d», Oscar “Cholo” Gómez Castañón: “La soledad patagónica indica que la eternidad existe”

Una de las voces emblemáticas de la radio nos cuenta de su infancia y adolescencia en tierras patagónicas, un lugar al que siempre elige volver.

Oscar “Cholo” Gómez Castañón es periodista y conductor de radio, hoy vive en San Isidro, pero nació en Santa Cruz hace 74 años. Él se autodenomina como “patagónico” por los distintos lugares en los que anduvo cuando era chico: desde Puerto Deseado en la provincia de Santa Cruz, hasta Esquel y Comodoro Rivadavia en Chubut, con un brevepaso por Río Grande, en Tierra del Fuego. A los 10 años descubrió la magia de la radio y la comunicación, y decidió dedicarse a ese mundo. Además, el “Cholo”, padre de Joaquín, Federico y Martín, tuvo una etapa como músico y actor.  

Viviste tu infancia en distintas ciudades del sur del país. ¿Por qué hubo tantas mudanzas en tu vida?

– Nací en Puerto Deseado y pasé mucho tiempo en el campo que está al oeste de la provincia, cerca de Cueva de las Manos. Fuimos a vivir a Puerto Deseado cuando mi madre se embarazó porque mi abuela tenía una casa allí y había un médico y, por lo tanto, más seguridad para los nacimientos. Además, en mí familia siempre tuvimos como emblemas familiares a Chubut y Santa Cruz. En la primera por los galeses y en la segunda los españoles, y por eso viví en aquellas provincias. Tuve muchas idas y venidas en Puerto Deseado. Mi padre hizo carrera en el Banco Nación, por lo cual nos mudábamos seguido. Por eso tengo recuerdos de toda la Patagonia, con afectos muy cercanos. En Santa Cruz nos conocíamos todos y conocía todos los pueblos de la zona. A los 18 años me fui a vivir a Capital para ver qué estudiar y ya me quedé.

¿A qué colegios fuiste en tu infancia? ¿Qué recordás de esa época?

– Fui a algún colegio público, pero fui mucho más a los salesianos. En un momento viví en Tierra del Fuego, donde fui a la escuela salesiana. En realidad, fui a varias salesianas porque en el sur son muy comunes los colegios de Don Bosco y de las religiosas de María Auxiliadora.

También estuve en Esquel, donde hice parte del secundario y me quedaron recuerdos bellísimos. Tengo muchos recuerdos de mi juventud y de toda la Patagonia. Tuve escolaridad simple por lo tanto iba a la mañana o a la tarde, no las dos. Generalmente a la tarde estaba libre para jugar, investigar. Para mí esa educación es la mejor: medio día en la escuela y medio día en casa o en la calle o en el barrio. Creo que la educación doble larga unos nerds que no están integrados a la vida como nosotros.

En el sur parece que el deporte número uno es el básquet y no el fútbol. ¿Vos qué actividades hacías luego de la escuela?

-En algunas zonas de la Patagonia se practicaba mucho el esquí, sobre todo en Esquel, y todo lo que es salir a los bosques, lagos, al mar. El fútbol en cambio era complicado allá por el viento. Lo mismo con el tenis, y peor todavía en esos inviernos crudos que se viven en la Patagonia. Cuando hacía esos fríos tremendos jugábamos en lugares cerrados como el gimnasio, y ahí se jugaba al básquet. Nuestra referencia eran los equipos de Bahía Blanca. Para nosotros esa ciudad era como Nueva York, y los clubes de allá la NBA.

¿Qué lugares recomendás de Santa Cruz para visitar sí o sí?

– Para ir a Santa Cruz yo les recomiendo toda la Ruta 40. No les digo que vayan al Calafate. Arranquen en Perito bajando a Río Mayo, cruzan a Santa Cruz, y bajan por la 40, parando en Cueva de las manos y también en El Chaltén, un pueblo hermoso y nuevo. Pero sobretodo paren en algún campo que tenga turismo rural y vivan una esquila, una señalada o un baño de ovejas integrado en esos campos de 20.000 o 30.000 hectáreas, con una soledad que indica que la eternidad existe. Eso es lo que yo recomiendo.

El glaciar Perito Moreno hasta hace unos años no tenía pasarelas ni rutas para llegar y pocos argentinos lo conocían ¿Qué lugares eran inhóspitos y hoy ofrecen posibilidades de ser visitados?

-En mi época era inhóspito todo. En los colegios solo había agua fría. Toda la modernidad y las estufas llegaron después. Por suerte yo no me acuerdo eso, me lo cuentan. No recuerdo haberme congelado, ni haber tenido frío. Sí me acuerdo que en Tierra del Fuego íbamos a patinar a las lagunas congeladas con patines de hielo. Encima era a principios del invierno, cuando el hielo no estaba firme, entonces se rompía y por ahí terminábamos con los pantalones mojados y duros por la escarcha. Quedaban duros como una tabla, pero yo no recuerdo haber estado enfermo por eso.

A la distancia, veo que, a pesar de esas condiciones, fui más feliz de lo que me permite la memoria. En Esquel corrimos mucho peligro porque había unas aventuras tremendas. Una noche nos agarró una nevada junto a un amigo cuando íbamos caminando a La Hoya y tuvimos que dormir con las bolsas literalmente en la nieve. Y acá estamos, vivos. Desde la ciudad todo se ve muy distinto. Además, en ese entonces no conocíamos algunos lugares bellísimos de la Patagonia y la Cordillera como El Calafate, que lo descubrieron los gringos años más tarde.

¿Qué es lo mejor de las ciudades dónde viviste?

-De los pueblos me queda el saludo con todos. Todos te conocen. Me acuerdo que iba a pedir en el almacén y me anotaban en la libretita lo que debía. Había que portarse bien, porque si no todo el pueblo se enteraba y tu prestigio se iba al diablo. Pasabas a ser una persona en la que no se puede confiar. Así que recuerdo sobre todo esos almacenes pequeños, aunque hoy todo es un imperio tremendo.

¿Tu pasión por la radio tiene algo que ver con Santa Cruz?

– Obviamente que la radio está desde siempre en mí, porque en el campo, en Cerro Negro, yo ya la escuchaba. A veces estaba temporadas largas de invierno con mi tío y los peones, no había mujeres o niños ya que iban en verano. Ahí me quedaba solo y la radio era mi compañía. Recuerdo que jugaba a la radio, porque era una zona de mesetas con grandes laderas de piedra, y al hablar el eco me devolvía frases bastante largas y completas, así que yo hacía mis propias transmisiones. Después prendía la Radio Capilla a la noche, que me llevaba de viaje por el mundo con los radioteatros, las orquestas en vivo, la música, el humor.

Las vueltas de la vida me llevaron ahora a trabajar en Radio Nacional Folklórica en el mítico edificio de Maipú 555, donde están todas las radios nacionales, y por el estudio en el que yo salgo todos los días pasaron Troglio, Niní Marshall, Sandrini, entre otros. Hoy vienen a visitarme estrellas del folklore, gente grande, de más de 70 años, que me dicen “yo venía a cantar acá” o “yo venía a ver artistas”.

Alguna vez se dijo «Patagonia, tierra maldita», ¿con qué argumentos lo refutas?

– La Patagonia obviamente no es tierra maldita. Yo no anduve en la Beagle con Darwin, pero la mirada en ese entonces era distinta. Hoy se aprecian otras cosas. A mí me alcanza con un paisaje más bello y la austeridad de la meseta patagónica. Yo fui feliz viendo esos lagos. Camino en el campo de la familia y de pronto recuerdo haber llegado a lugares de chico que yo tenía la convicción que nunca un europeo había pisado. Si pasaron tehuelches porque había picaderos de flecha, o pinturas y cuevas. Pero yo a veces tenía noción de ser el primero que pisaba un lugar, y cuando elevaba la vista me daba cuenta de la eternidad. Hay una inmensidad mágica que la podés llamar Dios o como te guste, pero realmente hay algo allá arriba muy poderoso que uno ve en esas soledades, donde vos das vuelta la vista desde un cerro, y no ves ni un solo ser humano, ni un signo de civilización. Así que yo diría Patagonia bendita, no maldita.

Actualmente estás en Radio FM Folklorica de 10 a 12. ¿Qué otros proyectos tenés?

– La verdad que estoy feliz. Sigo haciendo cosas para portales de campo y presentaciones de festivales, como la Fiesta Nacional del Chámame, a la que fui 10 años seguidos hasta la pandemia y espero que pronto vuelva a realizarse. Las presencias y conducir festivales del folklore, me hizo dar cuenta que sabía muchísimo del tema sin estudiarlo, como letras del tango que no sabemos el nombre, pero las cantamos de memoria porque sonaban en la cocina. Nunca me terminé de acostumbrar al ruido de Buenos Aires y por eso vivo en San Isidro muy tranquilo y muy enamorado de una bonaerense de Carlos Casares que se llama Silvana. Amo cosas de la Capital, pero mi cuerpo y mi genética no se acostumbran a ese trajín diario. No puedo vivir sin la Patagonia, pero el día que me vaya a vivir allí, lo cual es un proyecto personal, tampoco voy a poder vivir sin volver a Buenos Aires.